lunes, 4 de marzo de 2013

Caminos recorridos


Un niño anda por la calle tomado de la mano por su mamá. Tomado de ella transita por un mundo que se va develando poco a poco mientras crece. El niño camina jugueteando, haciendo zigzag y saltando las líneas de la vereda, quien no ha hecho eso alguna vez. La madre que camina más atenta a lo que acontece en la vía, lo reprende y corrige su andar.

Yo camino detrás de ellos. Si al de alguno de ambos se asemeja mi andar es al de la madre. Atento, decidido, cargado. Mis pasos son firmes, no ligeros y vacilantes como los del niño.
Mis pasos son pesados y se hunden en el suelo pues sobre mi mente cargo el pesar del saber.

El niño parece flotar y si no se eleva por el cielo es por que la mano de su madre lo ata. Es a través de esa mano que le son transmitidos sus primeros conocimientos acerca de cómo debe ser la vida. Por aprender a vivirla no podrá elevarse.

El necesario acto de sostener de la mano al niño y corregir su andar responde a los miles de peligros que se ciernen en el trivial acto que es andar por la calle. Se trata de un ejercicio a escala de lo que será luego para él transitar por la vida ya sin alguien que lo guíe.

Si el mundo no fuera como es, si los peligros no asecharan en cada rincón, si aprender a desconfiar no fuera la enseñanza básica para un niño. Cada quien podría elevarse y existir de manera natural y no controlada.
El mundo se convirtió en un lugar peligroso en el que es complicado vivir de manera natural.
El niño camina ahora al ritmo de su madre, ordenadamente en línea recta y sin entender por que no puede hacer de su andar un juego simple y alegre.