Un
niño anda por la calle tomado de la mano por su mamá. Tomado de ella transita
por un mundo que se va develando poco a poco mientras crece. El niño camina jugueteando, haciendo zigzag y saltando las líneas de la vereda, quien no
ha hecho eso alguna vez. La madre que camina más atenta a lo que acontece en la
vía, lo reprende y corrige su andar.
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Mis
pasos son pesados y se hunden en el suelo pues sobre mi mente cargo el pesar
del saber.
El
niño parece flotar y si no se eleva por el cielo es por que la mano de su madre
lo ata. Es a través de esa mano que le son transmitidos sus primeros
conocimientos acerca de cómo debe ser la vida. Por aprender a vivirla no podrá
elevarse.
El
necesario acto de sostener de la mano al niño y corregir su andar responde a
los miles de peligros que se ciernen en el trivial acto que es andar por la
calle. Se trata de un ejercicio a escala de lo que será luego para él transitar
por la vida ya sin alguien que lo guíe.
Si
el mundo no fuera como es, si los peligros no asecharan en cada rincón, si aprender
a desconfiar no fuera la enseñanza básica para un niño. Cada quien podría
elevarse y existir de manera natural y no controlada.
El
mundo se convirtió en un lugar peligroso en el que es complicado vivir de
manera natural.
El
niño camina ahora al ritmo de su madre, ordenadamente en línea recta y sin
entender por que no puede hacer de su andar un juego simple y alegre.