Te ves al espejo y no sabes que ves. ¿Quién eres? Bajas la
mirada y te extrañas al encontrar plumas en vez de manos. Intentas preguntarte, ¿qué pasa? pero te hallas ladrando como aquel perro que dice ser tuyo pero
nunca alimentas.
El espejo vuelve a verse en ti y encuentras tu imagen carcajeándose
mientras sientes que tu rostro expresa profunda tristeza. Cuando sientes un
esbozo de risa en tu cara, la imagen se torna triste. Ríes más y más.
El espejo se raja, te acercas, lames la grieta. Tu lengua
se corta; extasiado por el dolor te alejas nuevamente del espejo para disfrutar
del río de sangre. Es tu cara la que se ha rajado, el espejo sangra y te mira deleitándose.
Finalmente te asustas. Cierras los puños, alzas el brazo e intentas golpear el
espejo. Tus manos son plumas. Agotas toda tu energía intentando destruir el
espejo.
Abatido te dejas caer. Caes y caes pero el suelo nunca te
golpea. Sientes como se resquebraja tu rostro, la piel se te pone de gallina. Empiezas
a aletear con más fuerza de la que alguna vez tuviste. Te elevas hasta el límite.
Apunto de alcanzar la luz, impactas el suelo.
Te rompes en mil pedazos;
escuchas cristales rotos. Siete años de mala suerte- piensas molesto. Molesto, coges una escoba y limpias el desastre que
acabas de hacer. Miras el espejo en la pared, está rajado. Sientes la piel de
gallina, das la vuelta y sales a alimentar a tu perro quien te espera con una
sonrisa en la cara.
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