Era verano, pero aun así esa noche de lunes, el frio se colaba
a través del delgado buzo de Aarón.
Abruptamente Aarón se detuvo mientras caminaba por un parque.
Buscó en los bolsillos de su buzo. Nada en el derecho. Mientras llevaba la mano
izquierda al otro bolsillo pensó: si no está, todo se arruinará. Tendría que
volver a casa y la demora, por más mínima que fuese, sería el lapso indeseable
para que el plan con Antonella se caiga. La comodidad de andar en buzo por la
vida implica no llevar peso en los bolsillos. Así, sin billetera, solo con las
llaves de su casa y el celular en la mano, Aaron pensó a velocidad incalculable
mientras su mano se aproximaba esperanzada al bolsillo izquierdo.
Las huevas tío, ya vemos.
El dedo índice y el gordo unen destreza y
sostienen cuidadosamente el cierre izquierdo del buzo negro de tres rayas. A
pesar de las ansias lo deslizan con parsimonia. Si estás apurado,
vístete despacio.
La mano izquierda gira la perilla de la habitación 308. Aarón abre la puerta, Antonella entra rauda, decidida. Él se hace a un lado y la deja pasar.
En situaciones así, los gestos de caballerosidad y de seducción son cartas que no se pueden dejar de jugar, más aun con alguien como ella.
Aarón prende la luz, ella pasa delante de la cama. La bordea, pone su mochila en el piso, apoyada en la mesa de noche. Saca un colet, camina un poco por el cuarto mientras juega con su cabello. Parece un león enjaulado. Finalmente se detiene y se mira en el gran espejo que cubre casi toda la pared de ese lado de la habitación amarilla. Se amarra el cabello.
Aarón cierra la puerta y avanza, ella lo ve pasar frente al espejo. Se posiciona al lado izquierdo. Se quita las zapatillas y se echa. Decidido.
Ya está, la parte más difícil era atraerla hasta acá- se dice confiado. Ahora, echado ahí, bajo la tenue luz de las lámparas, sus ojos y su perspicaz mente se encargarán de llevar la noche.
Antonella encima, dominando la escena como me lo esperaba. Su
movimiento es duro, uniforme y tenso. Cargado. Únicamente su delgado calzón
morado la separa de la desnudez. Mis manos, las que hace menos de veinte minutos
hurgaban los bolsillos de mi buzo, el cual ahora yace en el suelo, se posan en
su cintura. La sostengo, entiendo su ritmo. Es momento, aprieto con firmeza,
quiebro su ritmo, impongo el mío. Se resiste pero soy más fuerte. Estoy más decidido.
Cierra los ojos, tira la cabeza hacia atrás.
Sucumbe.
Gira, se ve en el espejo, se siente mala. Nasty. Un lunes, después de clases, a las 8 de la noche, en la habitación de un hotel a punto de tirar con un hombre que le eriza la piel con solo ver su nombre en el celular. La idea la libera. Sus fantasías más bajas brotan. Se ve al espejo, ve las manos que la aprietan sobre su cintura. De pies a cabeza se observa, se gusta. Es una mujer teniendo sexo.
La volteo, ella me besa sin trabas. Está aquí, está en la situación y la quiere disfrutar.
Mi perspicaz mente.
Dejo el beso a medias, bajo a su pecho, a su abdomen. Meto las manos entre las tiras del calzón y su piel, lo empiezo a quitar tirando hacía abajo con el dorso de mis manos, ella mueve la cadera para acelerar la maniobra, subo por su muslo derecho, lento. Quiero hacerlo pero quiero que ella lo desee más, que su cuerpo me dé la señal. Sus piernas se desesperan, me toma del cabello con fuerza, me jala. Quiere mi boca entre sus piernas. La quiere ahora.
Gira, se ve en el espejo, se siente mala. Nasty. Un lunes, después de clases, a las 8 de la noche, en la habitación de un hotel a punto de tirar con un hombre que le eriza la piel con solo ver su nombre en el celular. La idea la libera. Sus fantasías más bajas brotan. Se ve al espejo, ve las manos que la aprietan sobre su cintura. De pies a cabeza se observa, se gusta. Es una mujer teniendo sexo.
La volteo, ella me besa sin trabas. Está aquí, está en la situación y la quiere disfrutar.
Mi perspicaz mente.
Dejo el beso a medias, bajo a su pecho, a su abdomen. Meto las manos entre las tiras del calzón y su piel, lo empiezo a quitar tirando hacía abajo con el dorso de mis manos, ella mueve la cadera para acelerar la maniobra, subo por su muslo derecho, lento. Quiero hacerlo pero quiero que ella lo desee más, que su cuerpo me dé la señal. Sus piernas se desesperan, me toma del cabello con fuerza, me jala. Quiere mi boca entre sus piernas. La quiere ahora.
Apúrate -dice Antonella con la respiración entrecortada.
En cuclillas busco en el buzo.
¿Qué haces? -ella se toma la cabeza, mueve descontrolada las piernas.
Mis manos rebuscan crédulas en los bolsillos.
Antonella levanta la cabeza. Me ve sosteniendo el buzo agachado al borde de la cama. La demora, por más mínima que fuese, sería el lapso indeseable para que el plan se caiga.
Pienso.
Me levanto. Transpirado, excitado. Sé cuánto le atraigo, juego esa carta. La luz de las lámparas me da de frente.
Antonella recorre mi cuerpo con los ojos, de abajo a arriba. Mantengo la mirada firme esperando que sus ojos lleguen a los míos, esbozo mi sonrisa más encantadora. Nos miramos fijamente sin ningún gesto de por medio. La disputa por el control en el punto más álgido. Uno, dos. Dos segundos. Ella pasa la lengua por sus labios- la señal. Arrojo mi buzo al suelo con fuerza. El control es mío.
En cuclillas busco en el buzo.
¿Qué haces? -ella se toma la cabeza, mueve descontrolada las piernas.
Mis manos rebuscan crédulas en los bolsillos.
Antonella levanta la cabeza. Me ve sosteniendo el buzo agachado al borde de la cama. La demora, por más mínima que fuese, sería el lapso indeseable para que el plan se caiga.
Pienso.
Me levanto. Transpirado, excitado. Sé cuánto le atraigo, juego esa carta. La luz de las lámparas me da de frente.
Antonella recorre mi cuerpo con los ojos, de abajo a arriba. Mantengo la mirada firme esperando que sus ojos lleguen a los míos, esbozo mi sonrisa más encantadora. Nos miramos fijamente sin ningún gesto de por medio. La disputa por el control en el punto más álgido. Uno, dos. Dos segundos. Ella pasa la lengua por sus labios- la señal. Arrojo mi buzo al suelo con fuerza. El control es mío.
Aarón baja por las
escaleras, la noche sigue fría. Antonella va detrás fumando un cigarrillo,
lleva el cabello suelto, cual melena de
león nuevamente. Pasan por recepción y llegan a la calle. Se despiden y cada
uno se va para un lado. Antonella camina hasta la esquina y voltea. Distingue a
Aarón por su buzo. Lo ve cruzar la pista y desaparecer por un pasaje.