Llueve, aun así Alfredo
decide dejar la comodidad de su casa y sale a caminar. No esperes a que cese la tormenta, aprende a bailar bajo la lluvia- piensa. Una vez afuera, se da
cuenta que en Lima decir que llueve es relativo. Camina media cuadra y llega a
la avenida Juan De Aliaga, se detiene y levanta la mirada. A diferencia de años
atrás, ahora enormes muros de concreto se ciernen a ambos lados de la avenida. Parecen
aprisionarla, estrecharla como si cada vez se acercaran más entre si. Baja la cabeza,
suelta una sonrisa desaprobatoria. Cubre su cabeza con la capucha. Se pone
audífonos.
Cruza Javier Prado y pasa por un Starbucks.
Dentro todo se ve tan cálido, tan ajeno. Las personas conversan como en un
mundo aparte. Un mundo aparte el cual se torna más cálido porque contrasta con
el externo. Desinteresados disfrutan de un café caliente en un entorno caliente
dentro de un mundo frío. Son solo personas disfrutando de un café. En fin, hay quienes sienten la lluvia, otros simplemente se mojan- concluye y
sigue caminando por Juan De Aliaga en dirección al malecón de San Iisdro.
La música le marca el andar. En cada paso
intenta llevar el compás y por ello, según sea necesario acelera o retrasa las
pisadas. Sin sonido ambiental el mundo nocturno se ve distinto. La melodía es
capaz de engañar a nuestro cerebro y así, si la melodía es alegre, el mundo lo será.
En la esquina siguiente, bajo la verde luz del semáforo, un taxista y un
potencial cliente comparten amenamente un cigarro y negocian la tarifa
calmadamente mientras se forma una cola de autos. Los conductores apoyan entusiastas
la negociación. Alfredo sube al máximo el volumen, aprovecha la pausa en el
tráfico y cruza.
Chirapita. Una vez en Cúsco, el papá de un
amigo le dijo entre risas que a la lluvia limeña le llamaban así. Miserable
chirapita. Lluvia mediocre- piensa Alfredo. Se quita la capucha con la mano
izquierda y con actitud retadora mientras suena un rock fuerte. Cruza la pista
sin mirar y decide pasar por Pharmax para comprar unas cervezas. Ha decidido ir
al malecón y con cervezas el camino puede tornarse menos largo. Quiere sentarse
al borde del acantilado y embriagado desafiarlo. Blufear a la muerte una vez
más a pesar que la inmensidad del océano le recuerde lo arbitraria que puede resultar
su existencia para la vida.
Ingresa por la puerta del estacionamiento.
Hace tiempo no venía- recuerda. Avanza entre los anaqueles de la parte de
farmacia, atraviesa la sala de perfumes y dobla a la derecha. Se acerca a la
refrigeradora y toma un six pack. Se acerca a la caja y paga con un billete de
cincuenta. Camino a la salida pasa al lado de la escalera que da al segundo
piso. Las barandas blancas y los escalones recubiertos con alfombra ploma le
permiten recordarse de niño subiendo las escaleras con gran esfuerzo de dos en
dos entusiasmado hacía la juguetería. Decide subir. Posa la mano izquierda en
la ya conocida baranda y sube los escalones de tres en tres.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi260fGmC8Dp-Yie15dip68FemKHn0yjDtO4tXYgrBsnzaaXtbqI14BB31FRpuBwki2jfikT34DkV5E8LndNel2CyVwAVy4pLJPEXLoWla3TtIltQaZYc_lmU2LGrWa6B4FDC2o4BMF_SrE/s320/lluvia+4.jpg)
Motivado por la nostalgia decide comprar el
carro. Se acerca a la caja y se quita los audífonos.
Apenas se conecta con el mundo real, oye
una voz con un tono quejoso. “Dile Úrsula. Dile carajo es tu culpa. Yo lo
quiero”
Alfredo voltea y ve al niño escondido
detrás de la chica. El niño lo mira fijamente con el ojo que no tiene escondido
detrás de la chica. Sin los audífonos Alfredo repara en las facciones de la
chica y la escanea rápidamente. Le parece simpática.
Disculpa, mi hermano es un niño engreído a
pesar que ya tiene 13 años, el niño hace un ruido de disfuerzo, quería el carro
que tú cogiste. ¿Puedes decirle que no joda y escoja otro?- dice Úrsula con su
hermano encaramado a su cintura.
Alfredo sonríe. Observa al antipático niño
y le dice que no joda. Úrsula ríe y le dice gracias. El niño camina resignado
hacía el estante de Hot Wheels, Úrsula se acerca a la caja y se pone junto a
Alfredo.
El niño toma con desgano cualquier caja y se acerca a la caja
arrastrando los pies.
Treinta soles- dice la cajera.
No recordaba lo caros que eran- piensa
Alfredo en voz alta. Deja la bolsa con las cervezas en el piso para sacar su
billetera.
Lo son y encima es peor cuando los tienes
que comprar para que te dejen en paz- Úrsula comenta y sorprende a Alfredo. La
mira y levanta las cejas. Me imagino- dice.
“Es tu culpa me hiciste demorar por…” es lo
último que escucha del niño, se pone nuevamente los audífonos y se dirige hacia
las escaleras. Abre la caja, saca el carro de juguete y lo hace avanzar por el
pasamano mientras baja. Así como cuando era niño.
Sale por la puerta principal. Guarda su
nuevo juguete en un bolsillo. Se pone la capucha, camina media cuadra por
Salaverry hacía el parque de la pera y la lluvia se detiene. Carajo. Mira hacia
el cielo como intentando pronosticar si la lluvia seguirá. Se detiene y empieza
a buscar una canción que le gusta.
Oye olvidaste tus chelas. Alfredo levanta
la mirada y se encuentra con los ojos de Úrsula. El niño antipático la sigue de
cerca.
Se quita los audífonos. No me había dado
cuenta, gracias.
Extiende la mano y le da la bolsa. De nada.
Úrsula pasa de frente, Alfredo se queda
mirándola. El niño abre con desgano la caja.
Yo también voy para allá, te acompaño.
Claro, normal.
Guarda los audífonos y acelera un poco el
paso para ponerse al lado de ella. El niño viene atrás.
Medio especial tu hermano. Si. Siempre que
me acompaña le tengo que comprar algo.
Entre silencio y conversación banal avanzan
cuatro cuadras, cruzan la avenida Del Ejército, pasan por el Inkafarma y
avanzan media cuadra frente al parque de la pera. A Alfredo siempre le ha
gustado lo amplia que se siente esa zona.
El niño corre y abre la puerta de una casa
blanca. Voltea, lanza una mirada de odio y cierra con fuerza. Úrsula tiene el
cabello negro. Ni largo ni corto. Su piel es muy blanca, las cejas delgadas y
delineadas, los pómulos marcados. La noche no permite descifrar el color de sus
ojos pero aun así su mirada te hace pensar en que se convertirá en lobo en
cualquier momento y no sabrás que hacer.
Úrsula observa cómo se cierra la puerta y
luego voltea hacía Alfredo.
Bueno yo estaba yendo a…
La frase de Alfredo es interrumpida. Úrsula
se acerca, lo toma con fuerza de la nuca y le mete la lengua hasta la garganta.
Él logra corresponder el beso recién dos segundos después. Suelta la bolsa, la
toma por la cintura, aquella cintura que vio rodeada por los brazos de su
hermano hace solo minutos. El beso de ella pareciera querer partirle la cara.
Alfredo se sorprende al notar que a pesar de la violencia del movimiento de la
boca y la lengua de Úrsula, el beso es de alguna manera sutil. Ella se pega con
fuerza hacía el pecho de Alfredo, él siente su cuerpo y lo dibuja con el tacto.
Está buena- concluye.
La puerta de la casa se abre, Úrsula
interrumpe el beso, Alfredo queda desconectado con los ojos cerrados unos
momentos. El niño antipático los observa desde la puerta. Quiero tomar esas
cervezas contigo- se apresura en decirle Úrsula a Alfredo. El hermano se acerca. A cada paso Alfredo nota que en verdad ya no es tan niño. Después de todo tiene
13 años- recuerda.
Se detiene frente a ella, baja la mirada,
observa la bolsa con cervezas y levanta la mirada de nuevo.
Que me dé el carro y me quedo solo normal.