martes, 18 de agosto de 2015

Llueve


Llueve, aun así Alfredo decide dejar la comodidad de su casa y sale a caminar. No esperes a que cese la tormenta, aprende a bailar bajo la lluvia- piensa. Una vez afuera, se da cuenta que en Lima decir que llueve es relativo. Camina media cuadra y llega a la avenida Juan De Aliaga, se detiene y levanta la mirada. A diferencia de años atrás, ahora enormes muros de concreto se ciernen a ambos lados de la avenida. Parecen aprisionarla, estrecharla como si cada vez se acercaran más entre si. Baja la cabeza, suelta una sonrisa desaprobatoria. Cubre su cabeza con la capucha. Se pone audífonos.

Cruza Javier Prado y pasa por un Starbucks. Dentro todo se ve tan cálido, tan ajeno. Las personas conversan como en un mundo aparte. Un mundo aparte el cual se torna más cálido porque contrasta con el externo. Desinteresados disfrutan de un café caliente en un entorno caliente dentro de un mundo frío. Son solo personas disfrutando de un café. En fin, hay quienes sienten la lluvia, otros simplemente se mojan- concluye y sigue caminando por Juan De Aliaga en dirección al malecón de San Iisdro.
La música le marca el andar. En cada paso intenta llevar el compás y por ello, según sea necesario acelera o retrasa las pisadas. Sin sonido ambiental el mundo nocturno se ve distinto. La melodía es capaz de engañar a nuestro cerebro y así, si la melodía es alegre, el mundo lo será. En la esquina siguiente, bajo la verde luz del semáforo, un taxista y un potencial cliente comparten amenamente un cigarro y negocian la tarifa calmadamente mientras se forma una cola de autos. Los conductores apoyan entusiastas la negociación. Alfredo sube al máximo el volumen, aprovecha la pausa en el tráfico y cruza.

Chirapita. Una vez en Cúsco, el papá de un amigo le dijo entre risas que a la lluvia limeña le llamaban así. Miserable chirapita. Lluvia mediocre- piensa Alfredo. Se quita la capucha con la mano izquierda y con actitud retadora mientras suena un rock fuerte. Cruza la pista sin mirar y decide pasar por Pharmax para comprar unas cervezas. Ha decidido ir al malecón y con cervezas el camino puede tornarse menos largo. Quiere sentarse al borde del acantilado y embriagado desafiarlo. Blufear a la muerte una vez más a pesar que la inmensidad del océano le recuerde lo arbitraria que puede resultar su existencia para la vida.

Ingresa por la puerta del estacionamiento. Hace tiempo no venía- recuerda. Avanza entre los anaqueles de la parte de farmacia, atraviesa la sala de perfumes y dobla a la derecha. Se acerca a la refrigeradora y toma un six pack. Se acerca a la caja y paga con un billete de cincuenta. Camino a la salida pasa al lado de la escalera que da al segundo piso. Las barandas blancas y los escalones recubiertos con alfombra ploma le permiten recordarse de niño subiendo las escaleras con gran esfuerzo de dos en dos entusiasmado hacía la juguetería. Decide subir. Posa la mano izquierda en la ya conocida baranda y sube los escalones de tres en tres.

Alfredo camina entre repisas plagadas de juegos de mesa, peluches y todo tipo de juguetes. Dando vueltas se topa con una chica y un niño con cara de querer entrar en berrinche. Cruza miradas con la chica, se sonríen y luego ella mira al niño con gesto de resignación. Lo que más recuerda de Pharmax era cuando iba con su papá y compraban autos Hot Wheels para hacerlos competir en las pistas de carrera que tenía. Aún deben estar guardadas por ahí- asevera. Luego de buscar unos segundos encuentra los Hot Wheels expuestos en sus pequeñas cajas. Coge una cajita y mientras la examina con una sonrisa nostálgica recuerda su modelo favorito. Uno de colores morado y negro, el motor expuesto y sin techo. Las carreras con su papá siempre concluían de manera confusa. La meta nunca se encontraba en un lugar fijo, mejor dicho se encontraba en donde lo convenía a su papá. Alfredo ganó pocas veces pero a cambio aprendió que hay sacrificios que se pueden hacer en pro de la diversión.

Motivado por la nostalgia decide comprar el carro. Se acerca a la caja y se quita los audífonos.
Apenas se conecta con el mundo real, oye una voz con un tono quejoso. “Dile Úrsula. Dile carajo es tu culpa. Yo lo quiero”
Alfredo voltea y ve al niño escondido detrás de la chica. El niño lo mira fijamente con el ojo que no tiene escondido detrás de la chica. Sin los audífonos Alfredo repara en las facciones de la chica y la escanea rápidamente. Le parece simpática.
Disculpa, mi hermano es un niño engreído a pesar que ya tiene 13 años, el niño hace un ruido de disfuerzo, quería el carro que tú cogiste. ¿Puedes decirle que no joda y escoja otro?- dice Úrsula con su hermano encaramado a su cintura.
Alfredo sonríe. Observa al antipático niño y le dice que no joda. Úrsula ríe y le dice gracias. El niño camina resignado hacía el estante de Hot Wheels, Úrsula se acerca a la caja y se pone junto a Alfredo. 
El niño toma con desgano cualquier caja y se acerca a la caja arrastrando los pies.

Treinta soles- dice la cajera.

No recordaba lo caros que eran- piensa Alfredo en voz alta. Deja la bolsa con las cervezas en el piso para sacar su billetera.
Lo son y encima es peor cuando los tienes que comprar para que te dejen en paz- Úrsula comenta y sorprende a Alfredo. La mira y levanta las cejas. Me imagino- dice.

“Es tu culpa me hiciste demorar por…” es lo último que escucha del niño, se pone nuevamente los audífonos y se dirige hacia las escaleras. Abre la caja, saca el carro de juguete y lo hace avanzar por el pasamano mientras baja. Así como cuando era niño.

Sale por la puerta principal. Guarda su nuevo juguete en un bolsillo. Se pone la capucha, camina media cuadra por Salaverry hacía el parque de la pera y la lluvia se detiene. Carajo. Mira hacia el cielo como intentando pronosticar si la lluvia seguirá. Se detiene y empieza a buscar una canción que le gusta.
Oye olvidaste tus chelas. Alfredo levanta la mirada y se encuentra con los ojos de Úrsula. El niño antipático la sigue de cerca.
Se quita los audífonos. No me había dado cuenta, gracias.
Extiende la mano y le da la bolsa. De nada.
Úrsula pasa de frente, Alfredo se queda mirándola. El niño abre con desgano la caja.
Yo también voy para allá, te acompaño.
Claro, normal.
Guarda los audífonos y acelera un poco el paso para ponerse al lado de ella. El niño viene atrás.
Medio especial tu hermano. Si. Siempre que me acompaña le tengo que comprar algo.

Entre silencio y conversación banal avanzan cuatro cuadras, cruzan la avenida Del Ejército, pasan por el Inkafarma y avanzan media cuadra frente al parque de la pera. A Alfredo siempre le ha gustado lo amplia que se siente esa zona.
El niño corre y abre la puerta de una casa blanca. Voltea, lanza una mirada de odio y cierra con fuerza. Úrsula tiene el cabello negro. Ni largo ni corto. Su piel es muy blanca, las cejas delgadas y delineadas, los pómulos marcados. La noche no permite descifrar el color de sus ojos pero aun así su mirada te hace pensar en que se convertirá en lobo en cualquier momento y no sabrás que hacer.
Úrsula observa cómo se cierra la puerta y luego voltea hacía Alfredo.

Bueno yo estaba yendo a…

La frase de Alfredo es interrumpida. Úrsula se acerca, lo toma con fuerza de la nuca y le mete la lengua hasta la garganta. Él logra corresponder el beso recién dos segundos después. Suelta la bolsa, la toma por la cintura, aquella cintura que vio rodeada por los brazos de su hermano hace solo minutos. El beso de ella pareciera querer partirle la cara. Alfredo se sorprende al notar que a pesar de la violencia del movimiento de la boca y la lengua de Úrsula, el beso es de alguna manera sutil. Ella se pega con fuerza hacía el pecho de Alfredo, él siente su cuerpo y lo dibuja con el tacto. Está buena- concluye.

La puerta de la casa se abre, Úrsula interrumpe el beso, Alfredo queda desconectado con los ojos cerrados unos momentos. El niño antipático los observa desde la puerta. Quiero tomar esas cervezas contigo- se apresura en decirle Úrsula a Alfredo. El hermano se acerca. A cada paso Alfredo nota que en verdad ya no es tan niño. Después de todo tiene 13 años- recuerda.
Se detiene frente a ella, baja la mirada, observa la bolsa con cervezas y levanta la mirada de nuevo.

Que me dé el carro y me quedo solo normal.