sábado, 25 de julio de 2015

Arena


Me quito las zapatillas. He estado en mi casa toda la tarde, no he salido ni a trabajar. A pesar de ello las zapatillas tienen arena en la suela, como si hubiesen recorrido una playa. Cierro los ojos un momento, logro escuchar las olas del mar y con ellas surge mi sonrisa.

Veo a un chico y una chica bajo un toldo de madera en la playa durante una tarde invernal. Uno junto al otro observan como el mar, insatisfecho con gobernar sólo la orilla, intenta adentrarse cada vez más en la playa, apoderarse de ella y dominar la tierra.
La playa les sienta bien pues fue en ella en donde mejor se conectaron en el principio de su historia. De su desconocida historia.

Quizá ambos quieren saltar uno sobre el otro, él besarla y ella ser besada, pero se parecen, se quieren de una manera particular. De eso y de todo lo que han creado sólo saben ellos. No saben cuál será el momento de cada beso, de cada caricia. De cada silencio prolongado en compañía del otro. La espontaneidad irreverente brota cuando uno piensa en el otro.
En la ausencia de todos pero ante la presencia más inmensa se acomodan y dan rienda suelta a lo que acontece en sus mentes. Sin verse, con la mirada al frente pérdida en las olas, cada uno piensa en voz alta. Indagan en lo más recóndito de sus mentes, tocan recuerdos potentes que generan añoranza. El pasado y el presente convergen bajo aquel toldo. La soledad siempre le ha sentado bien a cada uno pero al estar juntos tal vez han encontrado la manera de acompañarse en una soledad sin tanta ausencia. Presencias no invasivas.

Uno siempre ha puesto a prueba al otro, por eso los silencios prolongados de escrutinio personal han sido una distinción en su historia.
En la playa invernal plagada de vida natural, ellos bajo ese toldo son extraños. Invasores que observan y contemplan una puesta en escena improvisada pero perfectamente equilibrada.
Cuando el mar tiene ese color, es cuando más frío está. Me encanta ese color- redondea ella mientras hunde sus pies descalzos en la arena.

Juntos nunca antes habían observado un mar agitado, un mar vivo y activo. Sus conversaciones nunca habían sido acompañadas de sonidos de olas o brisa de mar. Sus ojos nunca habían presenciado juntos la unión del mar y el cielo, su visión siempre había sido limitada. Ahora, por primera vez se desplegaba ante ellos la posibilidad de todo, de perderse en la inmensidad.

Que fácil es desaparecer, seguir el camino y ya. Por momentos me atrae la idea de dejarlo todo- expresa él mientras observa como ella hunde cada vez más los pies en la arena. Ella parece querer desaparecer bajo la arena. No dejaría que nada la pase- piensa él y repone la mirada en el mar.

Cada momento que compartimos nos desconocemos un poco menos.

Cerrar una etapa difícil con un día distinto e impensado permite que la oscuridad de ese período se diluya bajo la impresión del recuerdo del día final.

La puesta en escena natural caduca indefectiblemente cada día con la puesta del sol. Hoy, ella y él fueron unos extraños que la contemplaron y se llevaron algo. Hoy estuvieron juntos ahí y todo lo demás se detuvo, simplemente dejó de pasar y por ese lapso todo fue posible.

Recuerdo como el frío calaba por mis manos. Nos veo caminando por la arena, te veo en las escaleras un escalón más arriba que yo. Te tomo del saco, te aproximo a mí y te beso. Quiero acordarme siempre de ello.

En mi mente el sonido de las olas se va atenuando. La sonrisa que surgió se va desdibujando a medida que la potencia de la idea va disminuyendo.

Cansado, dejo las zapatillas. 
Les quitaré la arena mañana.