domingo, 1 de febrero de 2015

El sentido de su voz


Muchas veces intenté acercarme. Muchas otras desistí desmotivado ante la posibilidad de una nueva interrupción. Los intentos fallidos fueron tan inverosímiles que llegué a sentirme como Truman en su propio show. Finalmente las voces en mi cabeza me convencieron de no presentarme.

Así aprendí a verte.

Tus facciones delicadas permiten resaltar tus ojos marrón claro. Tus inquietas y pequeñas manos con uñas siempre bien pintadas. De risa fácil y siempre vestida con blusa y pantalón pegado. Así, de lejos, fue que te conocí. Aprendí tus gestos, tus movimientos e inventé el sonido de tu voz para imaginar conversaciones.

Irónicamente entraste a mi vida por los oídos. La vez que te descubrí, pasaste junto a mí llorando. Tus sollozos son el único sonido que oí alguna vez pues cuando me alejé, resignado sólo a verte desde esta banca, tu voz estaba muy lejos para llegar a mí y finalmente me acostumbré a no conocerla.

Levantarme temprano, llegar primero a la oficina para zanjar pendientes, tomar un taxi de diez soles y no usar la hora de refrigerio para almorzar hacía que “coincidamos” dos veces por semana a la misma hora en aquel café en Larco. Tú, la mayoría de veces acompañada. Yo solo, siempre.

Los días que estuviste acompañada fueron en los que más aprendí de ti. Los días que estuvimos solos, únicamente me dediqué a contemplar tu rostro mientras me conversabas como una niña entusiasmada en navidad. Sé que prefieres hablar de tus anécdotas de universitaria y tienes miles al parecer. Siempre recuerdo aquel examen final en la que te las ingeniaste con Hilda para poner laxante al café del profesor para poder plagiar tranquila cuando este se arrastrara al baño. Me gustaría haberte contado también de mi locura pero siempre preferí callar para oírte.

Últimamente te he descubierto en maneras más intensas.

Todo comenzó la última vez que fuiste con Fernando hace 3 semanas. Como es común yo estaba detenido en tu rostro. 
Fue cuando reíste y tu piel enrojeció que, luego de pestañear unas veces, presté atención a la figura completa y noté que a pesar de tu enrojecimiento, abrochabas seductoramente un botón de tu blusa blanca sin quitar la mirada de los ojos de él.

Descubrirte como mujer fue como ser condenado a abrazar una estrella.

Ahora es innegable que sienta necesidad de tu cuerpo. En nuestros últimos encuentros me he visto obligado a valerme de lentes oscuros para no tener que observarte por lapsos y poder verte sin que veas que miro si es que pasas los ojos por mi banca. Ya no puedo quitarte la mirada.

Las imágenes de tu cabello castaño recogido detrás de tus orejas, tus pestañas rizadas y tus dientes perfectamente alineados que hacen de tu sonrisa el motivo para perder el hilo de una conversación, han salido de mi mente para dar lugar al ligero rebotar de tus firmes tetas, las ganas de ser ahorcado por tus poderosos muslos y a tu imponente trasero. Llevo ya una semana masturbándome con tus recuerdos y más de una vez he ahondado por necesidad en lo profundo de mi mente para ver si encuentro el sonido de tus sollozos y así poder recrearte gimiendo. En la ausencia de tu voz me he visto en la necesidad de privar de sonido mis propias fantasías. El mutismo ha derivado en que las fantasías se tornen incoloras y he terminado dándome placer en una especie de película antigua.

Me siento en la necesidad de algo más real, estoy decidido a intentar entrar a ese café sólo una vez más con tal de darle a tu imagen un sonido que alimente mis fantasías.

Ayer decidí que hoy sería el día de escuchar tu voz y no he podido dormir por quedarme pensando en algo tan posible pero que no había considerado. Nuestra relación es endeble y puede sucumbir ante un resfrió, vacaciones o el cambio de rutina. Las ansias son más fuertes que el primer día que iba a entrar al café con intenciones de hablarte. Me masturbo en automático una vez más a las 5:10 a.m., me ducho y salgo de casa huyendo de mi mano derecha.

Espero 20 minutos antes de poder entrar a mi oficina. Paso la mañana entre reportes en Excel y pajas de inodoro descomunales sustentadas por fantasías cada vez más elaboradas pero siempre en blanco y negro.

A la hora acostumbrada tomo taxi y llego sin contratiempos al café. Frente a él me tiemblan las piernas. Pienso que una vez más algo impedirá que logre mi propósito, miro la banca y siento que debo conformarme con sólo verte. La idea de seguir fantaseando sin sonido me invade y esta vez entro decidido. Me apresuro en ubicarme en la única mesa que queda libre. Pido la carta, me acomodo en la silla y espero sentado en silencio pero pensando a gritos.

Diez minutos después, sentados en una banca frente a un café en Larco, un hombre y una chica vestida con blusa y pantalón pegado, se cansan de esperar a que se libere una mesa, se paran y se van a otro lado para almorzar.