martes, 20 de agosto de 2013

Muy locos para el mundo




El loco de la cuadra sale de su casa, junta la puerta y se prende un cigarro casi debajo del umbral. Aferra su mano a la perilla de la puerta, ni en la locura se pierde la desconfianza. Loco precavido vale por dos.

Gira la cabeza para un lado, gira la cabeza para el otro de manera poco natural. Su mirada encierra miedo detrás de la locura. Primera bocanada de humo. El terno azul marino, la camisa blanca y las zapatillas de tenis, también blancas, le dan un aire de empresario díscolo. El cigarro le da caché.

El mundo en su cabeza fue atormentado por los números. Un economista que en algún momento se topó con algo que lo desequilibró y lo expulsó de la normalidad. Su desvío se controló con pastillas que no pudieron traerlo al nivel de los normales ni volverlo productivo nuevamente. Quedó a mitad de camino. Un loquito inofensivo, un divergente tolerado y tierno pero a quien no se le ve igual de todos modos.

El loco observa el cigarro entre sus dedos. Su mirada intenta comprender un mundo acelerado y cambiante al cual él no pertenece más. La madera de su puerta lo protege en su guarida.

En su insensatez, él decide abrir esa puerta y quejarse en vano. A voluntad choca con una verdad que no entiende y se asusta de ella día a día. Cada tarde el tabaco lo lubrica para disipar la frustración del no entender. Mira, ahí está el loquito.
El cigarro siempre se acaba y algo debe distraer su mente. En algo la debe ocupar. Cada loco con su tema.

“Ese es un corrupto. Mira los edificios que está haciendo, eso no se puede acá, en mitad de una calle residencial”  Denuncia el loco a voz en cuello al vecino que se mudó de la calle y logró permiso para construir edificios más grandes de lo permitido frente a su casa. El loco se indigna con razón. El loco necesita ese rollo, es su rollo.


Alguna vez su repetitivo rollo congrega la atención del guardián de turno... Quien puede que este más loco por oír lo mismo todos los días.

“Ese loco de mierda…”

Si no es así, invade a cualquiera que pasa frente a su puerta. Un loco debe reivindicar su condición ante la sociedad. Un loco en su casa no es loco, loco es cuando se muestra y los demás lo reconocen como tal. Al final ¿qué es un loco sin locuras y desequilibrios? ¿un payaso sin gracia?

El loco es quizás un cuerdo que decidió que si la vida no tiene sentido él tampoco debe tenerlo.

Como Alan en un balconazo o Hitler dando un discurso, este loco también despliega sus cualidades de director de orquesta y dirige los ruidos de la construcción. Camiones, maquinaria pesada, taladros y gritos de obreros se amalgaman en una armonía urbana al compás de las manos del loquito. Con gracia sostiene su afilado rollo. Una ópera de locura a la cual asisto con sólo salir a mi balcón.

¿Qué será de ti loco cuando el edificio esté acabado? ¿De qué te quejarás en vano? ¿Cuál será tu rollo, loco?

Aún así te quejes justamente. Seguro que, igual que ahora casi nadie te escuchará. Tus verdades no importan porque estás loco y si algo logras, es hacerlos reír. Tú seguirás siendo al que tildan de loco incoherente en un mundo destruido por los cuerdos.