El loco de
la cuadra sale de su casa, junta la puerta y se prende un cigarro casi debajo
del umbral. Aferra su mano a la perilla de la puerta, ni en la locura se pierde
la desconfianza. Loco precavido vale por dos.
Gira la
cabeza para un lado, gira la cabeza para el otro de manera poco natural. Su
mirada encierra miedo detrás de la locura. Primera bocanada de humo. El terno
azul marino, la camisa blanca y las zapatillas de tenis, también blancas, le dan
un aire de empresario díscolo. El cigarro le da caché.
El mundo en
su cabeza fue atormentado por los números. Un economista que en algún momento
se topó con algo que lo desequilibró y lo expulsó de la normalidad. Su desvío
se controló con pastillas que no pudieron traerlo al nivel de los normales ni
volverlo productivo nuevamente. Quedó a mitad de camino. Un loquito inofensivo,
un divergente tolerado y tierno pero a quien no se le ve igual de todos modos.
El loco
observa el cigarro entre sus dedos. Su mirada intenta comprender un mundo
acelerado y cambiante al cual él no pertenece más. La madera de su puerta lo
protege en su guarida.
En su
insensatez, él decide abrir esa puerta y quejarse en vano. A voluntad choca con
una verdad que no entiende y se asusta de ella día a día. Cada tarde el tabaco
lo lubrica para disipar la frustración del no entender. Mira, ahí está el
loquito.
El cigarro
siempre se acaba y algo debe distraer su mente. En algo la debe ocupar. Cada
loco con su tema.
“Ese es un corrupto. Mira los
edificios que está haciendo, eso no se puede acá, en mitad de una calle
residencial” Denuncia el loco a voz en cuello al
vecino que se mudó de la calle y logró permiso para construir edificios más
grandes de lo permitido frente a su casa. El loco se indigna con razón. El loco
necesita ese rollo, es su rollo.
Alguna vez
su repetitivo rollo congrega la atención del guardián de turno... Quien puede que
este más loco por oír lo mismo todos los días.
“Ese loco de mierda…”
Si no es
así, invade a cualquiera que pasa frente a su puerta. Un loco debe reivindicar
su condición ante la sociedad. Un loco en su casa no es loco, loco es cuando se
muestra y los demás lo reconocen como tal. Al final ¿qué es un loco sin locuras
y desequilibrios? ¿un payaso sin gracia?
El loco es quizás un cuerdo que decidió que si la vida no tiene sentido él tampoco debe tenerlo.
Como Alan en
un balconazo o Hitler dando un
discurso, este loco también despliega sus cualidades de director de orquesta y
dirige los ruidos de la construcción. Camiones, maquinaria pesada,
taladros y gritos de obreros se amalgaman en una armonía urbana al compás de
las manos del loquito. Con gracia sostiene su afilado rollo. Una ópera de
locura a la cual asisto con sólo salir a mi balcón.
¿Qué será de
ti loco cuando el edificio esté acabado? ¿De qué te quejarás en vano? ¿Cuál
será tu rollo, loco?
Aún así te
quejes justamente. Seguro que, igual que ahora casi nadie te escuchará. Tus
verdades no importan porque estás loco y si algo logras, es hacerlos reír. Tú
seguirás siendo al que tildan de loco incoherente en un mundo destruido por los
cuerdos.