Las llantas
rechinan y suena una bocina. El hombre vestido de traje y corbata cruza la
pista despreocupado, más canchero que Lennon en Abbey Road mientras su
seguridad lo amuralla del paso de los autos en luz verde. El hombre levanta el
brazo izquierdo, mira la hora y su reloj destella los numerosos diamantes que
posee. Un reloj puede valer más que una casa, este vale más que dos.
El lava
autos del grifo terminó de pasar la última capa de cera al Mercedes hace 10
minutos. Siempre hace bien su trabajo. Ahora comparte una gaseosa con su compañero
mientras conversan. El lava autos es una persona simple y buena.
_Mi hijo me
está exigiendo propina, le daré algo por lo menos de vez en cuando. El otro día
quería… ¡Lava autos!, cóbrate. El
señor de traje y corbata interrumpe abruptamente la conversación.
_Disculpe señor.
Ya está listo su auto como quedamos. El lava autos se levanta y recibe de la
mano izquierda del señor un billete de 50 soles. El movimiento descubre el
reloj y este destella nuevamente deslumbrando al lavador. En su caso, ese reloj
cuesta 3 veces su casa.
_Señor. El
billete tiene una punta rota. –Dice educadamente el lava autos.
_¿Y qué
hago? –replica el señor de traje mientras se ajusta la corbata mirando a otro
lado. Dinero no es sinónimo de grandeza.
_Esteeee. El
lavador pone el billete a contra luz y achina los ojos mientras lo observa. Está
bueno, no se preocupe. –Agrega y ríe nerviosamente buscando aprobación. Este
bueno o no puede ser difícil pasarlo pero el lava autos se acomplejó y prefirió
dejar el tema ahí.
El señor
estira el brazo nuevamente y extiende la mano. Mi vuelto.
_Gracias señor.
Siempre a su servicio. El lava autos entrega el cambio parsimoniosamente. Si fuera japonés, su reverencia lo hubiese hecho besar el suelo.
Uno de los
sujetos de seguridad abre la puerta del Mercedes al señor y sube luego de él.
Los otros dos suben adelante.
El lava
autos llega a su casa alrededor de las diez de la noche. Su hijo lo espera sentado
en la mesa. Su esposa duerme.
El hijo del
lava autos desprecia a su padre. Lo reconoce como alguien correcto, criado a la
antigua que no recibió más que la mínima formación académica y que no entiende
mucho la vida de hoy en día. No es digno de su admiración. A pesar de la bondad
de su padre, él posee características mundanas en su generación. La bondad de
su padre se vuelve la débil puerta que no le impide salir y hacer lo que quiera
con su vida.
_He pensado
bien y sí, mereces que te de propina de vez en cuando. Eres un buen hijo.
Responsable y estudioso. Más no te puedo pedir.
El hijo del
lava autos traga saliva. Un sentimiento poco reconocible para él lo invade.
Cargo de conciencia se llamaba en alguna época.
El lava
autos abre su billetera y saca el billete de 50 soles con la punta rota. Más
sabe el diablo por viejo que por diablo, el lava autos no es ningún idiota.
La punta está
rota –reclama el hijo.
_No tendrás
problemas, está bueno. Ya depende de ti.
Confiado de
su astucia, el hijo acepta el billete y finge una sonrisa.
El hijo del
lava autos sale de casa cuando su padre duerme. Cierra la puerta con sumo
cuidado, se pone la capucha y camina algunas cuadras. Se detiene frente a una
casa. Ventanas rotas, luces apagadas, papeles en la entrada etc. Parece
abandonada. Mira nerviosamente a ambos lados, se relame los labios y toca la
puerta en clave.
Segundos
después que parecieron horas para el hijo del lava autos. Se escuchó una voz del
otro lado de la puerta.
Comiendo un
pan, el vendedor de drogas abrió la puerta.
_¿Qué
quieres ahora chibolo fumón? – dijo al hijo del lava autos con la boca llena.
_No tengo lo
que te debo. Mi viejo llego cuando le iba a sacar plata a mi vieja. Sólo tengo
50 soles. Dame algo y mañana te pago completo. El hijo del lava autos sacó los
50 soles con la punta rota y se los dio al vendedor de drogas.
_Está roto –dice
al instante el vendedor.
_Pero está
bueno. –responde ansioso el hijo del lava autos.
_Pasa nada
chibolo, queda a cuenta pero no te voy a dar nada. El vendedor de drogas arruga
el billete y lo mete en el bolsillo trasero de su pantalón.
_Oe suéltame
algo causa. Mañana me tiro cualquier cosa y cancelo.
_No jodas.
Saca la vuelta no más.
La adicción
del hijo del lava autos lo abalanzó sobre el vendedor. Este, conocedor de la
impulsividad de sus consumidores, anticipó la mediocre arremetida y la cortó con una patada en el pecho.
Con la
frialdad de quien acostumbra lidiar con la ira, tranquilo cerró la puerta y
subió las escaleras terminando de comer su pan.
El vendedor
se sentó en un sofá más gastado que la imagen del Ché Guevara, y poco a poco se
quedó dormido.
A las siete
de la mañana sonó la puerta. El vendedor de drogas dejó el confort de sus sueños
en la Matrix. Como si se tratase de una sirena policial, el paranoico vendedor
despertó y de un salto se tiró al suelo.
_Mierda. ¿Quién
carajo es? -gritó.
Volvieron a
tocar. Con más fuerza esta vez. El rostro del vendedor de drogas pasó de
molesto a asustado. Reconoció algo en ese silencio intencionado. Rápidamente
tomó una bolsa con dinero de su mesa y mientras bajaba las escaleras metió el
billete con la punta rota en la bolsa.
En la puerta
lo esperaba un sujeto, sencillamente, gigante.
_Acércate al
auto. –le dijo el sujeto.
Como un
condenado caminando a la horca, los pies del vendedor llevaron el resto de su
desgarbada figura hacia la ventana del auto. Una vez al frente, el vidrio
descendió.
_Esto es por
la merca que me dejó la semana pasada. –murmullo asustado el vendedor.
El vendedor
de drogas entre cerró los ojos cuando del auto salió una mano con un reloj cuyo
reflejo casi lo deja ciego.
El señor de
traje y corbata abrió la bolsa y sacó el billete de 50 con la punta rota.
_Está roto. –dijo.
El vendedor
de drogas retrocedió un paso pero su intento de huida fracasó cuando se topó
con el sujeto de seguridad que estaba detrás de él.
Está roto,
pero es bueno. –concluyó el señor de traje y corbata y subió la ventana.
La ventana
del auto subió nuevamente y el vendedor de drogas encontró su reflejo en ella.
Aún antes de
Internet, todos estábamos conectados de alguna manera. Todos éramos observados.
Nuestros secretos, nuestros peores miedos, nuestras peores facetas siempre tienen al menos un testigo.Cada contexto conoce el comportamiento adecuado para este.
¿Perturba
la falta de intimidad no?