viernes, 26 de julio de 2013

The real Truman Show



Las llantas rechinan y suena una bocina. El hombre vestido de traje y corbata cruza la pista despreocupado, más canchero que Lennon en Abbey Road mientras su seguridad lo amuralla del paso de los autos en luz verde. El hombre levanta el brazo izquierdo, mira la hora y su reloj destella los numerosos diamantes que posee. Un reloj puede valer más que una casa, este vale más que dos.

El lava autos del grifo terminó de pasar la última capa de cera al Mercedes hace 10 minutos. Siempre hace bien su trabajo. Ahora comparte una gaseosa con su compañero mientras conversan. El lava autos es una persona simple y buena.

_Mi hijo me está exigiendo propina, le daré algo por lo menos de vez en cuando. El otro día quería…  ¡Lava autos!, cóbrate. El señor de traje y corbata interrumpe abruptamente la conversación.

_Disculpe señor. Ya está listo su auto como quedamos. El lava autos se levanta y recibe de la mano izquierda del señor un billete de 50 soles. El movimiento descubre el reloj y este destella nuevamente deslumbrando al lavador. En su caso, ese reloj cuesta 3 veces su casa.

_Señor. El billete tiene una punta rota. –Dice educadamente el lava autos.

_¿Y qué hago? –replica el señor de traje mientras se ajusta la corbata mirando a otro lado. Dinero no es sinónimo de grandeza.

_Esteeee. El lavador pone el billete a contra luz y achina los ojos mientras lo observa. Está bueno, no se preocupe. –Agrega y ríe nerviosamente buscando aprobación. Este bueno o no  puede ser difícil pasarlo pero el lava autos se acomplejó y prefirió dejar el tema ahí.

El señor estira el brazo nuevamente y extiende la mano. Mi vuelto.

_Gracias señor. Siempre a su servicio. El lava autos entrega el cambio parsimoniosamente. Si fuera japonés, su reverencia lo hubiese hecho besar el suelo.

Uno de los sujetos de seguridad abre la puerta del Mercedes al señor y sube luego de él. Los otros dos suben adelante.

El lava autos llega a su casa alrededor de las diez de la noche. Su hijo lo espera sentado en la mesa. Su esposa duerme.

El hijo del lava autos desprecia a su padre. Lo reconoce como alguien correcto, criado a la antigua que no recibió más que la mínima formación académica y que no entiende mucho la vida de hoy en día. No es digno de su admiración. A pesar de la bondad de su padre, él posee características mundanas en su generación. La bondad de su padre se vuelve la débil puerta que no le impide salir y hacer lo que quiera con su vida.

_He pensado bien y sí, mereces que te de propina de vez en cuando. Eres un buen hijo. Responsable y estudioso. Más no te puedo pedir.

El hijo del lava autos traga saliva. Un sentimiento poco reconocible para él lo invade. Cargo de conciencia se llamaba en alguna época.

El lava autos abre su billetera y saca el billete de 50 soles con la punta rota. Más sabe el diablo por viejo que por diablo, el lava autos no es ningún idiota.

La punta está rota –reclama el hijo.

_No tendrás problemas, está bueno. Ya depende de ti.

Confiado de su astucia, el hijo acepta el billete y finge una sonrisa.

El hijo del lava autos sale de casa cuando su padre duerme. Cierra la puerta con sumo cuidado, se pone la capucha y camina algunas cuadras. Se detiene frente a una casa. Ventanas rotas, luces apagadas, papeles en la entrada etc. Parece abandonada. Mira nerviosamente a ambos lados, se relame los labios y toca la puerta en clave.

Segundos después que parecieron horas para el hijo del lava autos. Se escuchó una voz del otro lado de la puerta.

Comiendo un pan, el vendedor de drogas abrió la puerta.

_¿Qué quieres ahora chibolo fumón? – dijo al hijo del lava autos con la boca llena.

_No tengo lo que te debo. Mi viejo llego cuando le iba a sacar plata a mi vieja. Sólo tengo 50 soles. Dame algo y mañana te pago completo. El hijo del lava autos sacó los 50 soles con la punta rota y se los dio al vendedor de drogas.

_Está roto –dice al instante el vendedor.

_Pero está bueno. –responde ansioso el hijo del lava autos.

_Pasa nada chibolo, queda a cuenta pero no te voy a dar nada. El vendedor de drogas arruga el billete y lo mete en el bolsillo trasero de su pantalón.

_Oe suéltame algo causa. Mañana me tiro cualquier cosa y cancelo.

_No jodas. Saca la vuelta no más.

La adicción del hijo del lava autos lo abalanzó sobre el vendedor. Este, conocedor de la impulsividad de sus consumidores, anticipó la mediocre arremetida y la cortó con una patada en el pecho.

Con la frialdad de quien acostumbra lidiar con la ira, tranquilo cerró la puerta y subió las escaleras terminando de comer su pan.

El vendedor se sentó en un sofá más gastado que la imagen del Ché Guevara, y poco a poco se quedó dormido.

A las siete de la mañana sonó la puerta. El vendedor de drogas dejó el confort de sus sueños en la Matrix. Como si se tratase de una sirena policial, el paranoico vendedor despertó y de un salto se tiró al suelo.

_Mierda. ¿Quién carajo es? -gritó.

Volvieron a tocar. Con más fuerza esta vez. El rostro del vendedor de drogas pasó de molesto a asustado. Reconoció algo en ese silencio intencionado. Rápidamente tomó una bolsa con dinero de su mesa y mientras bajaba las escaleras metió el billete con la punta rota en la bolsa.

En la puerta lo esperaba un sujeto, sencillamente, gigante.

_Acércate al auto. –le dijo el sujeto.


Como un condenado caminando a la horca, los pies del vendedor llevaron el resto de su desgarbada figura hacia la ventana del auto. Una vez al frente, el vidrio descendió.

_Esto es por la merca que me dejó la semana pasada. –murmullo asustado el vendedor.

El vendedor de drogas entre cerró los ojos cuando del auto salió una mano con un reloj cuyo reflejo casi lo deja ciego.

El señor de traje y corbata abrió la bolsa y sacó el billete de 50 con la punta rota.

_Está roto. –dijo.

El vendedor de drogas retrocedió un paso pero su intento de huida fracasó cuando se topó con el sujeto de seguridad que estaba detrás de él.


Está roto, pero es bueno. –concluyó el señor de traje y corbata y subió la ventana.

La ventana del auto subió nuevamente y el vendedor de drogas encontró su reflejo en ella.

Aún antes de Internet, todos estábamos conectados de alguna manera. Todos éramos observados. Nuestros secretos, nuestros peores miedos, nuestras peores facetas siempre tienen al menos un testigo.Cada contexto conoce el comportamiento adecuado para este. 
¿Perturba la falta de intimidad no?